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Queridos Peques,
Me gustaría expresarles, de la manera más pura posible, qué manejaba mi cabecita una vez fueron instalados en ella mis primeros pensamientos ya más vinculados a la existencia de otros seres.
Soy la peque de cuatro hermanos. Algunos lo ven una ventaja, como me decían mis hermanos desde su propia visión “tú ya tienes el terreno preparado”, “la peque es la mimada”, “los papás ya tienen juguete nuevo”… ¡Ja! Esa era su visión, yo no lo veía igual, más bien tenía que lidiar con las normas que había en la casa, en el cole y entre mis hermanos. En el cole, coincidía que también era de las más pequeñas, incluso en varios cursos lo he sido, dada mi fecha de nacimiento (2 días antes de navidad). Cuando tenemos corta edad se nota bastante la distancia de los que nacieron en enero a los que nacimos en diciembre. Me di cuenta de que, si era una “chica buena y obediente”, recibía mejor trato y evitaría castigos, pero no sé cómo me lo montaba para, aun esforzándome, parece que les daba gusto el encontrar excusas para igualmente ser el centro apropiado de algún que otro desmerecimiento. Pronto aprendí a interpretar que mi presencia no pasaba desapercibida y que, parecía que me había convertido en una experta elegida para resolver conflictos.
Mientras mis amigas soñaban con ser mayores, encontrar novio, casarse, tener hijos, yo pensaba en viajar, experimentar, descubrir,…pero sobre todo relacionarme y conocer a muchas personas. Eso de casarme, sonaba a privación de libertad. Allá donde estaba me elegían para mediar y negociar acercamiento, entendimiento, algo así como “hacer las paces” entre otros. Un sentido de alta sensibilidad se desarrolló, de manera que no era nombrado, pero sí solicitado y utilizado por quienes me conocían, en el ambiente que fuera: cole, trabajo, hogar.
Me sentía bien, no me parecía una carga. Recuerdo que muchas veces me hacían la típica pregunta ¿y tú de mayor qué quieres ser? Me costaba mucho decidirme y solía mencionar que informática o veterinaria. En realidad, toda mi labor ha sido siempre comunicativa, combinando la labor comercial con la administrativa, con personas compañeras y personas a mi cargo. Siempre relacionándome, conociendo, compartiendo. Algo que no me acababa de satisfacer era esa pregunta reincidente ¿y tú qué eres?, refiriéndose profesionalmente. No me placía la respuesta que podía ofrecer, pues no era eso lo que sentía, realmente sentía que estaba “camino de…”, no que fuese mi función en la vida importante. Faltaba algo. Me casé muy joven (jajaja), tuve 2 hijos muy joven (¡¡anda con mi libertad!!), aun siendo la menor de mi familia fui la primera en formar una familia propia. Pues cuando llegaron sobrinos a este encantador universo, ¿dónde crees que elegían ir? ¿Con quién? Cuando iniciaban aquellos conflictos que endulzan la estancia entre primos, temas sin importancia, pues eran momentos emocionantes de estar juntos fuera de casa de sus padres y en casa de la tía que disponía de más permisos, animales y plantas. La estrategia era de hacer un cambio de actitud en ver que mi respuesta era, a simple vista, más infantil que la que ellos pudieran manejar. Por lo tanto, los conflictos apenas duraban minutos, se tornaban inútiles y aburridos. Todos crecimos y continuamos experimentando y aprendiendo unos de otros (mis sobrinos, mis hijos y yo). Un aspecto que era coincidente en mí era el emocional, parece que vivía la vida más intensa que otros, percibía más detalles, me afectaba más y reía más. También me saltaban las lágrimas fácilmente, sin necesidad de pelar cebollas.
Mis queridos peques, ya saben que las casualidades no tienen cabida para mí, y estando en una oficina, trabajando para una empresa encantadora, llegó un fax con las últimas plazas para optar a un curso de inteligencia emocional. Solicitaban una serie de documentos en un tiempo récord, que reuní, como si fuera algo accesible y ahí comenzó mi momento “coach”. Fue en ese curso que sentí pronunciar por primera vez en mi vida ese término anglosajón que revolucionó todo mi ser. Fue algo bestial, algo increíble, como un traje a medida. Me emocionó, pensé que había nacido para ello, parecía un regalo inmenso. ¡Lo más increíble era que existía desde hacía unos 20 años! Y jamás lo había oído ni leído. El mismo día que lo oí por primera vez ya lo vi escrito en TV, en el fútbol, en la radio. Mi familia me llamaba para informarme que lo nombraban en tal y cual sitio. Fue tal revolución en todo mi entorno que parecía que ellos también estuvieran de acuerdo con que hablaban de algo que era innato en mí. Comunicar, escuchar, preguntar, permitir, ofrecer, provocar…
¿Conocen esa sensación de cuando pruebas algo por primera vez y te encanta, te sienta bien y los que te conocen te reconocen en ello, te ven identificada en ello? Esa pasión, ese no pasar las horas, esa ilusión y energía. Aquello que a veces decimos “todo viene rodado”. Desde luego que ya no me molesta cuando me preguntan la famosa pregunta laboral, pues ahora sí me siento en ello, me nutre, me cunde. Me lleva a una satisfacción y un agradecimiento enormes. Ya hace tiempo, en esas charlas que, estando en edad laboral activa, algunos hablan de su jubilación como ese momento en el que por fin podrán darse permiso para hacer aquello que les gusta, como si se tratara de un hobby, cuando me tocaba la vez de decir mi versión, les indicaba que yo ya lo estaba haciendo. Que era completamente feliz con todo lo que se puede desarrollar desde el coaching, procesos personales, tanto individuales como grupales (todos los procesos son con personas, luego “personales”) y docencia, desde el aspecto de una charla enriquecedora, motivadora y muy energizante. ¿Se imaginan disfrutar con tu trabajo, no ser consciente del tiempo empleado, por lo bien que estás y que encima te paguen? A esto le llamo estar en tu talento, caminar en pro de lo que realmente has venido a experimentar.
Desde aquí, animo a los peques a que sepan y sospechen que algo bueno les está esperando y que, aunque aún no lo vean, que vayan tranquilos y felices, pues seguro que estarán conociendo y experimentando para llegar preparados a aquello con lo que van a ser buenísimos y a disfrutar. A ayudar a muchas personas y a sí mismas. A lo mejor prueban cosas que nos les lleguen a gustar, pero que algo de esas cosas, asignaturas, experiencias les servirá en su día, a pesar de que les parezca lejano. Ante la duda, una buena sonrisa, un bonito abrazo, un momento de compartir dudas y diversión con sus amigos favorecerá el sentirse distintos y agradecidos.
¿Sabéis, peques? No hace mucho yo también lo era, es más, aún muchas veces intentan decirme qué es ser adulto, como si eso lo hicieran mejor unos que otros o si hubiera unas reglas de ser más serio o más aburrido para ganar el título de “mayor”. Hay algunos de esos que les gusta llamarse adultos, que tienen miedo a serlo, porque les parece que tengan que hacer cosas desagradables, muchos sacrificios, o dejar de estar feliz todo el día. ¿Tú qué opinas de eso? ¿No te gustaría intervenir para que esas personas no tuvieran que sufrir pensando así? Que se dieran cuenta que la edad es tan sólo aprendizaje, no aburrimiento. Es muy bonito acumular días felices, irte a la cama siendo consciente de haber invertido el día en estar bien y compartir ese bien. En haber aprendido algo y saberlo, para poder saborearlo y utilizarlo, o bien guardarlo para cuando se requiera.
Para terminar, os recuerdo la leyenda del viajero que visitaba los cementerios de los pueblos por donde pasaba. Una vez topó con un pueblo donde las tumbas indicaban edades de entre 3 y 15 años. El visitante le preguntó al alcalde del pueblo, que justamente estaba poniendo flores en una tumba, que qué ocurrió en ese pueblo para que hubieran muerto tantos niños. El alcalde le dijo que en su pueblo había unas normas diferentes; cuando nacían los niños, y hasta que sabían escribir y sumar, sus mamás anotaban en un cuaderno los minutos, horas, días, que eran plenamente felices. Cuando ya tenían ellos suficiente capacidad continuaban anotándolo diariamente hasta que morían. Esas cifras que mostraban las tumbas era la suma total de los días felices, pues eran los realmente vividos. El resto había sido un ensayo para aprender a vivir, por lo que no contaban.
¡Espero que tu libreta comience a sumar muchos números!
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