La vida es cambio, y todo cambio conduce a un duelo.
Todo a nuestro alrededor cambia, la naturaleza se activa; nosotros mismos lo podemos observar en nuestra piel, uñas, cabello, en nuestras relaciones…Sin embargo, parece que, socialmente, no estemos todavía lo suficientemente entrenados para realizar los cambios de manera productiva y serena. En realidad nos aferramos a las cosas y a las personas, por lo que no solemos aceptar bien el cambio. Nos cuesta salir de esa área de confort que, aunque no sea agradable, nos da menos miedo que probar, que aceptar el cambio. Los cambios nos obligan a crecer y a intentar cosas nuevas, porque no hay edad para emprender un nuevo camino.
Un estudio de la psicogerontóloga Olga Sanz Lucas, refleja la distorsión emocional ante una pérdida humana:
“Cuando recibimos la noticia de que alguien muy cercano a nosotros acaba de fallecer, se disparan multitud de sentimientos y emociones, muchas de ellas a veces contradictorias y ocurre que, debido al impacto de la noticia, esas emociones se confunden entre si y nos confunden a nosotros mismos, haciendo que el dolor sea extremo. La certeza de saber que no volveremos a hablar con esa persona nos hace sentir un profundo pesar, nos hacemos preguntas sin sentido y tratamos de encontrar respuestas en vano.
Como todas las emociones, las que surgen a raíz de un fallecimiento, también son cambiantes y se puede trabajar en ellas para evitar que destruyan por completo nuestro día a día. El dolor ocasionado por la separación siempre va a estar ahí, de eso no hay duda, pero se trata de ajustar esa pieza llamada dolor y encajarla de una manera más saludable en el puzle de nuestra vida.”
Todos hemos sufrido pérdidas en la vida que nos llegaron a afectar profundamente: seres queridos que dejan este mundo (humanos y mascotas), trabajos, estatus social, patrimonios, divorcios, adolescencia (dejamos la niñez), salud, etc. El duelo por las pérdidas sufridas es el intento de restablecer el equilibrio perdido.
Es necesario vivir el dolor de las pérdidas para poder seguir con nuestras vidas y continuar creciendo. Que no prolongar el sufrimiento. Siendo éste una manera de prolongar, de apegarnos, a sucesos ya vividos y reparados, pero que preferimos continuar paladeando, en detrimento de nuestro bienestar. Tendemos a pequeñas o grandes rutinas que nos hacen sentir cómodos y seguros y, cuando se interrumpen, pueden derrumbar cualquier estructura que no esté firmemente afianzada.
Nos sentimos unidos a nuestros seres queridos con vínculos que implican una relación de pertenencia, fruto de muchas experiencias juntos y de una historia común, que la desaparición física modifica y la transforma en un recuerdo, que será el lazo que nos mantendrá unidos a ellos para siempre. Quedar adherido a un pasado perdido es renunciar a la vida, al presente y al futuro, y demuestra la imposibilidad de salir de uno mismo para enfrentar de nuevo al mundo.
La aceptación de la muerte como parte de la vida es posible cuando la realidad logra imponerse y nos impide refugiarnos en nuestras propias fantasías. Una persona resiliente (*Resiliencia: capacidad de crecer en las adversidades), en equilibrio sistémico (cuerpo-mente-espíritu y emoción), puede asumir cualquier situación de la vida, porque estamos diseñados para ello y contamos con todos los recursos como para soportar cualquier contingencia sin derrumbarnos.
Aquellas personas más dependientes, menos responsables de su propia vida, tienen dificultades serias para superar estos trances. Renuncian a aceptar las pérdidas y suprimen el dolor negándolas, no siendo capaces de vivir el proceso de duelo y seguir adelante. Quedan prisioneros del pasado perdido y no logran ver el sentido de su vida. Se sumergen en un transcurrir opaco y deslucido, renuncian a sus ideales, abandonan sus proyectos y, en un duelo interminable, dejan pasar los días; como si el que se fue, o lo que ya terminó, se hubiera llevado su espíritu dejando sólo un cuerpo vacío.
Gracias a distintos estudios, disponemos de herramientas para encarar estas experiencias y adquirir la suficiente fortaleza para aceptarlas y poder trascenderlas.
Dichas herramientas se traducen en 5 fases o etapas que son las que permiten realizar el proceso natural del duelo, en el que nuestras emociones van evolucionando. No se trata de un esquema rígido e inequívoco, sino que es más bien una sucesión de fases por las que la persona suele ir pasando cuando su organismo trata de adaptarse a la nueva circunstancia.
La comprensión de este proceso nos ayuda a superar y entender la pérdida de un ser querido, o de una situación deseada o no. De esta manera, podremos vivir la realidad con el desafío y entereza de volver a empezar y afrontar un nuevo modo de vida, porque todo cambio produce una transformación en el entorno al que hay que adaptarse.
Podemos hablar de elaboración del duelo cuando ya se acepta la pérdida como algo natural y el recordar no causa un dolor extremo. El expresar abiertamente la pena que se siente resulta algo positivo y deseable y supone una buena salida psicológica en términos de la elaboración del proceso de duelo.
Una de las clasificaciones de estas distintas fases es la de Elisabeth Kübler Ross, psiquiatra y autora de diversos libros sobre el proceso de morir: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación.
Es una fase de negación, confusión absoluta, la persona se siente paralizada y tiene el deseo de salir corriendo hacia un lugar donde esto no esté pasando, cree en la fantasía de despertar y que todo haya sido un sueño. Es la propia persona que está sufriendo el dolor por la pérdida quien debe verificar y confrontar la realidad.
Emoción predominante: Miedo (impotencia).
Duración: minutos, días y hasta meses.
Es una etapa de incredulidad, a veces incluso impacto, perplejidad o shock. Esta etapa se inicia cuando nos enfrentamos por primera vez a la noticia de la muerte o de la pérdida de una situación o estado. La sensación de desconcierto es profunda. La persona que acaba de recibir la información se intenta defender del impacto de la noticia, se enfrenta a una realidad que no logra comprender y que capta toda su atención, por lo que el consuelo de los demás, en este momento, no será bien recibido en general. Experimenta sentimientos de pena y dolor, incredulidad y confusión. También es común presentar en esta fase trastornos del apetito por defecto o por exceso, así como nauseas e insomnio.
No debemos sobreproteger a esa persona y dárselo todo hecho, pero no hay que forzarle a realizar actividades que no quiere realizar, ni tampoco hay que dejarle en un reposo absoluto por un tiempo prolongado. Cuanto menos dure esta etapa, más saludable será el duelo.
No aceptación emocional del suceso o situación. Es común que la persona sienta una angustia intensa, acompañada de un desorden emocional. La muerte ya ha sido entendida como un hecho real.
Emociones predominantes: Rabia y culpa.
Duración: semanas o meses.
Comienza un proceso de búsqueda de quien ya no está y se empiezan a expresar los sentimientos. La persona que sufre, en este momento, suele realizar grandes esfuerzos por tomar contacto con el fallecido o situación pues la añoranza está muy presente.
En esta fase la ira se va disipando a la vez que se va afrontando lo sucedido.
Ante la dificultad de afrontar la difícil realidad, mas el enojo con la gente y con la vida, surge la fase de intentar llegar a un acuerdo para intentar superar la traumática vivencia.
Emociones predominantes: Rabia y miedo moderados.
Duración: semanas.
Síntomas: soñar con el fallecido, retirarse socialmente, los suspiros constantes, la hiperactividad y algunas conductas como frecuentar los mismos lugares que visitaba la persona fallecida.
Sensaciones físicas: estómago vacío, hipersensibilidad a los ruidos, vivencias de despersonalización, sensación de ahogo y cansancio.
Pensamientos: preocupación, presencia del fallecido, alucinaciones visuales y auditivas, los sentimientos de indefensión.
Emoción: Tristeza y culpa.
Duración: meses hasta 2 años.
Predominan la desorganización del mundo, la desesperación y el retraimiento.
Es una etapa de verdadera tristeza. Se intensifica la pena y el llanto. Surgen los sentimientos de culpabilidad, resentimiento, soledad, añoranza y auto reproche. El resentimiento impide la readaptación a la nueva realidad y se tienen comportamientos o conductas no meditadas.
A menudo ocurre que los sentimientos que se desencadenan no son de naturaleza positiva, pues se siente culpa por no haber pasado más tiempo con la persona que se ha ido, por no haber hablado con ella de algo en concreto, por no haberse despedido de una forma más íntima, etc. En el caso de otras circunstancias como en un trabajo, sería por no haberse esforzado lo suficiente, puntualidad,… (sea cierto o no).
En esta fase es muy importante que se hable mucho con la persona en duelo, fomentar que se exprese y se desahogue, que se le facilite la palabra para que veamos cómo se siente y qué cosas necesita decir.
En terapia de duelo, se utiliza mucho el recurso de invitar a la persona a escribir una carta dirigida a su ser querido que ya no está, una carta en la que abra su corazón y detalle sus sentimientos, diga todo lo que le hubiera gustado decir, se disculpe por las cosas que quedaron pendientes en caso de que existan y recuerde los acontecimientos mas bonitos que vivió junto a ella. Algo parecido se puede realizar en otro tipo de duelo que no sea por fallecimiento.
Te invito a que leas el cuento de las monedas, de Joan Garriga, muy útil para esta etapa.
Otra técnica penelista (PNL -Programación Neurolingüística-), consiste en “la silla vacía”. Se trata de sentarte en una silla y situar delante otra vacía, la cual representará estar la otra persona o situación con la que queremos liberar nuestra carga emocional y quedar en paz.
Se produce liberalización, al surgir el desapego.
La persona toma conciencia de la pérdida, acepta el vacío y lo incorpora como una ausencia presente. Reaparece la paz y el sentido de vivir y se atenúan las emociones y sentimientos. Comienza a tener una visión más realista del ser perdido, sin idealizar tanto ni tener tan presentes los recuerdos que implican culpa o reproches.
Sentimientos: Paz y serenidad.
Consecuencias: Nuevas relaciones.
Duración: Hasta algunos años.
Se inicia la reestructuración del mundo, dando lugar a la reorganización y la aceptación.
• Dedicar tiempo a permanecer en silencio y explorar nuestro interior, tratando de dar salida a esas emociones que están en nosotros.
• Encontrar un lugar para él/ella/ello en nuestra vida emocional, que nos permita seguir viviendo de manera eficaz en el mundo.
• Esforzarse en crear y establecer nuevas relaciones.
• Compartir tus sentimientos con quienes sepan escuchar más allá de tus palabras.
• En los primeros días del shock, en caso de necesidad, se puede tomar pastillas para dormir. Hemos de tener en cuenta que las pastillas nos impiden soñar, y los sueños facilitan el proceso del duelo.
• No caer en el error de algunas personas que enseguida tratan de retomar su vida con toda la intensidad de antes, ocultan sus sentimientos, incluso a sí mismos, y se activan en exceso para continuar como si nada hubiese ocurrido.
“Los duelos patológicos se producen cuando las tareas del proceso no han sido vividas y finalizadas, cuando el modo de afrontamiento de una persona consiste en “hacer como si nada hubiera pasado”, “esforzarme en olvidar cuanto antes” de un día para otro y comportarse con absoluta normalidad desde el día siguiente. Habiendo pasado años desde que sufrieron una pérdida importante, de repente relatan que están sintiendo que en su vida algo no encaja, que tienen llantos espontáneos e intensos y una sensación de vacío enorme, ansiedad y problemas de alimentación y sueño”.
Por término general, un proceso de duelo, puede transcurrir en unos 2 años. Sin embargo, ha habido casos, en los que en 6 meses ha sido posible recobrar una sensación de paz y serenidad, elaborando un proceso consciente.
Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias.
John Locke
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