Cambiar es inherente a la vida. La vida es un cambio constante y permanente. Ya sea en su faceta física o espiritual, ese concepto que llamamos vida funciona con la premisa del cambio permanente.
Este "cambio permanente" también es conocido como evolución, crecimiento, desarrollo. Decimos también que la vida "fluye", como si de un río se tratase,... "Nuestras vidas son los ríos que van a parar al mar ..." decía Jorge Manrique hace siglos.
Cambiar es vivir. Nuestro cuerpo está permanentemente cambiando, sustituyendo células muertas por otras recién creadas. Este mecanismo nos permite permanecer vivos y superar problemas físicos y enfermedades.
Desde la perspectiva de nuestro mundo espiritual, desde nuestra parte no física, el mecanismo es el mismo. Evolucionamos desde niños a adolescentes, después a adultos y más tarde a ancianos.
Nuestra vida es un continuo cambio.
Volvemos a la pregunta ¿Para qué cambiar? Es necesario entender un concepto. Los cambios que en nuestra persona se producen son de dos tipos: fisiológicos y psicológicos, es decir, nos cambia el cuerpo y nos cambia la mente.
El primero de estos cambios está ya programado. El crecimiento desde el nacimiento hasta la madurez forma parte de una secuencia prefijada de mecanismos físico-químicos que sólo se ve alterada por circunstancias medioambientales o por intervención directa.
El segundo de estos cambios, el mental, tiene prefijadas una serie de pautas de crecimiento, pero influye más la influencia externa (para bien y para mal). De tal manera la intervención de padres, educadores y gente que rodea a un niño durante sus primeros años de vida influye sustancialmente en la caracterización de la persona en su vida adulta.
Posteriormente la conformación del carácter de una persona adulta depende de ella misma; por ello un adulto puede dejar su "persona espiritual" tal y como la conformaron en su niñez los adultos que la asistieron en su crecimiento, o puede modificarla para ser de otra manera diferente.
Y ahora, con todo esto, se puede responder a la pregunta... ¿Para qué cambiar? Está claro, cambiar para mejorar.
Lo contrario, salvo contadas excepciones que se dan en la naturaleza, no es factible. Nada ni nadie cambia para empeorar. Este último concepto es, en sí mismo, una premisa falsa. Como mucho se puede decir "cambiar para mantenerse".
Y entonces, ¿Por que las cosas materiales e inmateriales, empeoran? Pues precisamente porque no cambian, es decir, no se regeneran, no se adaptan. Siguiendo con el símil del cuerpo humano, las investigaciones médicas de los últimos cien años han declarado definitivamente que la vejez es sencillamente la decadencia de los procesos de auto-regeneración del cuerpo humano por causa del desgaste que produce el uso del mismo.
Por esta razón hay personas "muy jóvenes" que están atrapadas en cuerpos ancianos. La parte espiritual de estas personas están en permanente regeneración pero les ha tocado vivir en una "carcasa" que más tarde o más temprano está destinada a desaparecer.
En definitiva, cambiar es natural y la razón para cambiar es bien sencilla. Si no cambiamos, nos estancamos en nuestro recorrido vital, lo que nos lleva inexorablemente a la decadencia y a la extinción.
Algunos dirán "bueno, a fin en cuentas, es lo que nos va a pasar a todos".
Sí, de acuerdo, pero no hace falta adelantar acontecimientos. Además está el asunto de la calidad de vida. A nadie,...¿a nadie?...Uhhhmmm, es decir, a casi nadie, le gusta pasarlo mal. Si estamos vivos y nos toca vivir, lo mejor es que lo hagamos en las mejores condiciones posibles.
Entonces, para conseguir ese nivel deseado, lo fundamental es mejorar aquello que no alcanza dicho nivel, esa parte de nosotros que no nos deja vivir con la plenitud que desearíamos, que frustra permanentemente nuestro crecimiento como persona y nos pone constantemente contra las cuerdas de la vida.
Por Jose Luis Gonher.
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