Es todo un placer trabajar con niños, la plasticidad de su mente, esa flexibilidad y ligereza, hace la tarea ligera y alegre, por supuesto con rigor y encanto. El coaching con perspectiva sistémica aporta las herramientas útiles para poder intervenir en esa dimensión donde se está creando la personalidad, donde las limitaciones aún son incipientes. Hago hincapié en personalidad, esa actitud que cada uno elegimos como formato apto relacional, pues la identidad es algo único en cada persona. Sin embargo, el que nutramos nuesta esencia, restará espacio a ese ego que deforma nuestra felicidad y la deteriora en miedos.
Dependiendo del desarrollo de cada niño -tampoco en ellos es tangible su mentalidad con la edad cronológica- los más pequeños, entre los 6 y los 9 años, requerirán una mayor implicación de sus padres o tutores, para alcanzar un equilibrio mental y sensorial. A partir de los 9-10 años, insisto, dependiendo de su desarrollo interior, la combinación de sesiones con los adultos responsables puede ser menos continuada. La combinación de sesiones con los padres (puede ser con uno de los padres) o tutores es necesaria, para crear equipo.
Lo maravilloso de los niños es su flexibilidad, por lo que el cambio bien dirigido surge natural. El enfoque de la educación y convivencia de los padres, puede ser de crecimiento mútuo, sin necesidad de unos patrones fijos de comportamiento.
La habilidad de llegar a aprender de nuestros hijos, nos amplía un campo, a veces no experimentado, sin embargo a nuestro alcance. La responsabilidad de su crecimiento equilibrado puede ser muy gratificante.
Ven un amigo con traje de adulto, pero divertido y con más tolerancia, lo que les permite una apertura a mostrar su parcela sin temores. Les aporta una nueva visión del mundo adulto, no necesariamente serio, pero sí responsable de su felicidad. Es un comienzo de su puesta a punto con los valores.
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